Cómo actúa y cómo nos afecta por igual la nueva ley contra los juegos violentos
Esta semana el Senado aprobó con 22 votos a favor la discutida y polémica ley que busca regular el mercado de los videojuegos «violentos» para que estos no puedan ser consumidos por los menores de edad y preservar sus inocentes mentes infantiles de tales macabros actos. Una ley que, a pesar de tener una gran negativa por parte de los videojugadores y que incluso se le ha mandado cartas a los parlamentarios para que reconsideren tal acto de sobreprotección, busca equiparar a los juegos casi al nivel de las cajetillas de cigarro, ya que ambas son malas y la gente debe saberlo en letras grandes y claras.
¿Realmente Chile necesitaba una ley así? ¿Bajaremos con esto el nivel de Cisarros y Chipamoglis y lograremos que los niños de Chile sean hombres de bien, tal como salen en los comerciales de los parlamentarios cuando estos deben candidatearse? Gamercafe tiene todas las respuestas en esta nueva columna de opinión de este humilde servidor.
Cuando hablamos de regulación de videojuegos lo primero que se nos viene a la mente es la ESRB (Entertainment Software Rating Board), el sistema de clasificación estadounidense de videojuegos que clasifica juegos de acuerdo a su contenido y al público que debería jugarlo, a fin de evitar que público menor sea expuesto a contenido de adultos (como muertes «reales», desnudos, uso de drogas, etc.) Y no es sorpresa para nadie que la clasificación también surgió por presión del gobierno estadounidense al ver que los videojuegos se vendían como si nada a cualquier persona y que sin regulación, probablemente un niño le aplique un Spine Rip a su compañero de clases porque lo vio en Mortal Kombat. «Porque los niños son el futuro y hay que proteger sus mentes», dirá el político de turno para ganar unos cuantos votos del votante conservador.
En otros países también se aplican sistemas de clasificación (en Asia está CERO, en Europa usan PEGI y en Australia la «a veces moralista» OFLC) con sus propios criterios y que en algunos casos difiere del usado en ESRB y por lo mismo tenemos títulos que en Japón se consideran para jóvenes, pero en otros lados del globo están considerados para adultos o viceversa. Y bajo esos mismos parámetros cada asociación puede aplicar censura si lo desea y obligar a la empresa desarrolladora a adecuar sus contenidos si no quiere ver su propio limitado a un mercado «solo para adultos» (véase el caso de Grand Theft Auto: San Andreas con «Hot Coffee» o Manhunt 2 y su «falta de respeto a la vida humana»)
¿Y qué pasa en Chile? Lamentablemente, como en todo orden de cosas, los Estados Unidos es América y todo lo que nos llega en materia de videojuegos viene directamente de allá y la clasificación de estos es la estadounidense, porque Latinoamérica no es un mercado importante para la industria. Y antes que vengan a lanzarme piedras mencionando a ACE Team, Behaviour Santiago y otras empresas importantes del continente, no, tampoco representan una industria grande y siguen siendo «parte del mercado estadounidense» y las reglas del juego las manejan ellos y nosotros meramente acatamos. Esto nos lleva al siguiente ejercicio: ¿cómo regulamos, tanto mercado local como consumidor, los contenidos en los videojuegos?
Al no tener un sistema local de clasificación (como lo tienen las películas en el cine) debemos apegarnos a lo que dicen «las letras en negro con fondo blanco» en la carátula del juego y que muchos padres (y niños, para qué estamos con cosas) simplemente no entienden y compran así como si nada con total que el cabro juegue al PEH o al San Andreas y queden contentos. O sea, de regulación, nada. Para qué decir el mercado pirata donde solo importa llevarte el juego «a luca» y da lo mismo si el juego tiene descuartizaciones o muestran pezones negros, la cosa es comprarlo y ya. Es ahí donde está el problema y por eso el nacimiento de la polémica ley, porque no hay un marco regulatorio que obligue a vendedores y padres a seguir las leyes del juego y vender títulos «para adultos» a niños cuando realmente no deberían estar jugándolos, porque no les corresponde.
Aquí es cuando un listillo me pregunta «¿y a ti no te controlaban cuando niño?» y sí, en mi niñez tuve una ligera libertad para jugar títulos más violentos (en contraposición a juegos más familiares como el Mario Bros con el Cachanburro a.k.a. Super Mario World) y mismo cuento con las series animadas y las películas, pero al mínimo indicio de sexo (tanto hétero como homosexual, pero poniendo más énfasis en el segundo) pegaban el grito en el cielo, porque no correspondía que viese «cosas de adultos» siendo un niño. Y ese mismo criterio han aplicado con mi hermano y mis sobrinos, «porque el sexo es malo a su edad y más cuando están chicos, mas no la violencia cuando no es real», una suerte de doble estándar que siempre me molestó, pero que es entendible cuando uno quiere proteger a sus niños de cosas que no quieren que las repliquen en la calle.
Ese mismo doble estándar se refleja en la parte de la ley que busca ponerle una etiqueta grande (25% de ambos lados de la caja, para ser exactos) indicando qué contenidos prohibidos para menores contiene el juego, a fin que estos queden clarísimos para el adulto que vaya a comprar el juego para su hijo; todo regulado por una asociación que, por increíble que parezca, no está ligada a los videojuegos. Una medida radical y estúpida en todos los sentidos por varios puntos: los juegos ya tienen su propia clasificación de parte de la ESRB (incluso los más nuevos incluyen los contenidos cuestionables escritos), la nueva etiqueta hará encarecer el producto final al tener que hacerse nuevamente esta para el mercado chileno, lo que terminará aburriendo a los desarrolladores y no sacarán juegos oficialmente para Chile; el nuevo empaque de por sí es antiestético y hace que el arte del mismo se pierda «obligadamente» y, por sobretodo, los pone a la par con los cigarrillos y su clásica campaña para dejar de consumirlos si no queremos tener cáncer.
¿Cuál es el propósito de querer regular los medios de entretenimiento a este nivel de sobreprotección? ¿Pensaron alguna vez en los verdaderos consumidores y no solo en ese caso aislado del niño que mató a su amigo por jugar un Grand Theft Auto? ¿Y por qué no ocupar organismos como VG Chile que sí están al tanto de la realidad de su mercado y podrían haberlos asesorado mejor? Porque si algo queda en el nivel de votación que tuvo esta ley es que los parlamentarios poco o nada saben de videojuegos y les interesa poco instruirse en el asunto para no recurrir a «hombres de paja», como el senador Eugenio Tuma y su «traumática experiencia» viendo a sus nietos matando a policías ineptos. Ellos quieren proteger a niños inocentes, pero lo hacen a punta de leyes que perjudican un mercado que perfectamente puede regularse solo y con un par de leyes que lo controlarían de forma más natural, pero así como la están aplicando van a matar lo poco o nada que tenemos como industria.
¿Y cómo podrían aplicarlas de forma «natural» y más acorde al mercado? Obligando a dueños de tiendas de videojuegos y del retail a instruir a sus vendedores para enseñarle a sus clientes sobre qué videojuego están comprando a sus hijos y si realmente es acorde a la edad del mismo, tener trípticos o un cartel visible al público donde detallen cómo funcionan las clasificaciones de ESRB, mantener los juegos de públicos más adultos separados de los de niños en góndolas específicas (especialmente las tiendas del retail) y, si van a aplicar la polémica etiqueta, que esta sea colocada y aprobada por una asociación ligada a videojuegos en Chile y que esté por encima del juego a fin de sacarla y que no altere su empaque original. Obviamente se multaría a quien no aplicase esas leyes, pero tampoco se perjudica a consumidores ni a la misma industria, permitiendo a estos hacer de propios jueces si así lo requiere. ¿Y los vacíos legales? Obviamente los habría, pero no quita que son los padres los que deben velar por cuidar de sus hijos y, de ser posible, que sean ellos los que jueguen juntos para mostrarles que la violencia mostrada es fantasiosa y que todo lo que pase allí, se queda en los videojuegos. Una utopía que lamentablemente no pasará, porque estamos en Chile.
En conclusión, si bien la misión de esta nueva ley busca un acto noble como proteger a los niños, también está perjudicando al videojugador local al poner trabas legales que no hacen más que ahuyentar a posibles inversionistas que, si antes no les importaba Chile por tener poca «cultura videojueguil», ahora verán a nuestro país como una nación sobreprotectora que desea regular la fantasía como si fuese realidad y que derechamente no le importan los juegos. Un arma de doble filo que, de seguir así, posiblemente vaya a otros medios y terminemos viendo en un futuro no muy lejano a Da Vinci’s Code con una etiqueta tapando todo el libro con advertencias de ser un libro hereje y muy peligroso para la fe cristiana.